domingo, 24 de mayo de 2009

El porqué












El porqué de mi afición a la fotografía

Aquél domingo al amanecer, en nuestra caminata de cacería, que ya era costumbre, el Oaxaco, amigos, compañeros de trabajo y yo, salimos al final de la carretera en construcción para explorar en la selva chiapaneca la búsqueda de algún rastro de venado.

Nos internamos en ese ambiente selvático, caluroso y bañado por el vapor matinal, por un camino angosto, y con algo de misterio puesto que la luz del sol difícilmente se filtraba para iluminarlo por las extensas sombras de las ramas de los árboles centenarios, frondosos, de una altura de más de treinta metros.

Los sonidos de la selva nos acompañaban siempre: aullidos de diferentes animales, cantos, bullicio de toda clase de aves y el batir de sus alas al alejarse en parvadas ocasionado por el crujido que producían nuestras pisadas en la maleza.

El Oaxaco, siguiendo la huella del venado, se alejaba de mí con su caminar seguro, cauteloso, ligero y ágil como el del animal que buscábamos. Temeroso de que se alejara más, con la posibilidad de perderlo de vista, apreté el paso pensado: «Jorge, tú solo no encontrarás el camino de regreso al campamento...»

En esa inmensidad de selva, muy difícil de penetrar, avanzaba inseguro con la camisa pegada a la piel y los cabellos aplastados contra la frente. Mi cauteloso caminar entre las grandes raíces trepadoras y los gigantescos troncos de árboles partidos por los rayos, dejó de ser precavido para dar alcance a mi amigo, sin dejar de imaginarme que en cualquier momento podría sería atacado por alguna víbora de cascabel o una nauyaca.

En esta situación de alerta se aceleraron mis pulsaciones, y abriéndome paso entre la espesura noté que por encima de mí algo se movía... Sin pesarlo disparé con el rifle y algo cayó al suelo... En ese momento lo único que oía eran los latidos de mi corazón.

Hincado, con infinita tristeza observé al animal muerto: su pequeño cuerpo estaba cubierto de un tupido pelaje adornado con diversas franjas de distintos colores. Pero también con sangre. En eso, sentí una mano en mi hombro y la voz del Oaxaco que me decía: «Jorge, a las ardillas no se les tira...»

Volví la cara hacia arriba sin poder distinguir a mi amigo por las lágrimas que cubrían mis ojos...

El Winchester automático de 22 tiros lo cambié inmediatamente por mi primera cámara fotográfica: una Kodak Retina de 35 Mm. y...

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